lunes, 22 de octubre de 2012


El reencuentro

De Claudia Iturralde

Cuando te vi, sentí detenerse a mi corazón. Fue, teniendo en cuenta las circunstancias, una sensación muy extraña e imprecisa.
Una potente alegría me inundó pero, no puedo negarlo, también un poco de vergüenza e irritación por mi aspecto. Ya sé, ya sé que no es fácil mantener la compostura en la remota selva ecuatoriana, pero me hubiese gustado esperarte con una hermosa flor en una mano y un ansioso beso en mi boca. Vos, en cambio, estabas hermosa, aunque te noté triste y cansada.
No me reconociste de inmediato. Tu mirada pasaba nerviosa de un hombre a otro tratando de comprender lo que decían a través de sus gestos y la gritería innecesaria pero habitual, a la que he podido, no sin esfuerzo, acostumbrarme.
Me hubiese gustado poder contarte con exactitud todo lo que sucedía y así calmar tu creciente angustia.
Podría hablarte, aún hoy, de sus costumbres, de sus guerras, de sus amores y de cómo terminé en esta incómoda posición. Pero, no, no llores, me gusta que acaricies mi pelo. Siempre me gustó sentir tus finos y cálidos dedos juguetear con mi cabello. Ensortijarlo, mimarlo, enloquecerlo de pasión.
Recuerdo que entre tanto desconcierto, pasaste varias veces tu mirada sobre mí pero ahora, a la distancia, creo entender por qué elegiste seguir creyéndome perdido en la espesura de esa misteriosa y palpitante amazonia. Pero, en el instante mismo en que el guerrero señaló hacia la profundidad húmeda y fascinante de la jungla, detuviste tu búsqueda sobre su pecho y pudiste dibujar una sobre otra mis facciones en la txantxa que colgaba de su adornado cuello jíbaro.
No puedo decirte, cariño, que es natural encontrar la cabeza de tu marido, pequeña, ciega y muda, caminando con las piernas de su asesino, pero para tu consuelo, es verdad que atrapan el alma en ella y gracias a sus mágicos rituales, podré seguir adorándote toda la eternidad.


Textos del taller de escritura 2012/3

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