lunes, 22 de octubre de 2012

Tanguito, personaje argentino del Bicentenario


Tanguito, personaje argentino del BicentenarioMi encuentro con Tanguito en el Bicentenario. Mi encuentro con mi pueblo.


de Julio Daniel Nardini

Tanguito parecía chiquito pero 200 años habían transcurrido desde que había nacido. Era multifacético. Tenía cuarenta millones de caras y él elegía cada día cual se colocaba. Era agradable, disociado, pasional y desorganizado pero luego se volvía melancólico, retraído  frío, calculador y orgánico. Tanguito era el que tomaba mate y bailaba un tango. Se convertía de pronto en una mujer sensual y bella y luego en un varón plantado. Con los músculos de un hachero, abrazaba a una mujer de clase media y la estrujaba. El se confundía con el quebracho, pero en un momento del día en el que soplaba el pampero desde el arraigo, parecía una soja al viento voluptuosa de dineros que avanzaba ocupando todo a su paso. Su cuerpo esparcido en millones de kilómetros cuadrados, haciendo honor al tamaño, desarrolló en él una viveza, que lo hacía capaz de resistir el embate del zonda que latigaba su belleza. Tanguito se amoldó a todos los pagos. Un olor podrido de corrupción brotaba del sótano de su domicilio fijado; sin embargo en el altillo de su casa habitaba como una persona que aprendió a ser solidario.
Un día me costó reconocerlo, viéndolo abatido y amargado. Seguía revolviendo el pasado hiriéndose cada tanto con la historia, en lugar de mirar al porvenir aventurado. Lo vi venir con el traje raido de millones de pobres que lo vestían andrajoso, mientras a la par robusto y pleno era la persona número 20 más rica de la tierra. Yo lo quise así y lo abracé cuando él me dijo : “que tal argentino, acaso miras tu destino: soy yo y a ti ha venido”
Ahí caí en la cuenta, que esquizofrénico, me había olvidado de ese personaje tierno y lo había juzgado por la savia agonizante del quebracho, olvidándome de la flor del ceibo. Con estupor reconocí en su figura la faceta que me permitía verme a mí.
Ahí desandé el camino recorrido y decidí caminar junto a él, para no escandalizar a Freud. Si doscientos años habían servido para algo, era para descubrir que Tanguito era mi pueblo.

PD: Él no era un niño pero tenía sabiduría; no lloraba pero era tierno, no era glotón pero sabía comer un asado fraterno. En su caballo cabalgaba y a su pingo lo amaba , pero a veces no sabía parar su vena sanguinaria, y hacía mortadela a su viejo amigo, que ya no le servía para nada.


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