miércoles, 9 de marzo de 2011

Espejo roto


De: Abraham Stoliar

Conocí a alguien en Buenos Aires que me contó una triste historia. Fue cuando en una sucursal de un barrio groncho de allí, nada que ver con Recoleta, lanzaron una liquidación de fin de temporada y me trasladaron, por ese mes, para dar brillo a la exhibición de prendas íntimas. Ustedes sabes bien que yo luzco la ropa, seduzco, convenzo... y vendo.Bueno, esa alguien que no recuerdo como se llamaba y sólo servía para vestir los culotes de vieja de la mesa “Todo por dos pesos”, era una chusmona pasada de moda y lista para descarte. Hablaba hasta por los codos, y como debía llevar unos sesenta años trabajando allí, conocía vida y señales de medio mundo. ¡La bruja hasta sabía lo que los demás sentían y pensaban! Estaba preocupada porque un jovato que por más de medio siglo pasaba todos los lunes por la calle de la sucursal y se paraba unos segundos, cerca de la vidriera que ocupa toda la ochava, mirando con rostro de infinita tristeza, el balcón de una casa de la acera de enfrente, una semana antes de mi llegada no lo había visto y las dos siguientes tampoco. Poco después se enteró que el pobre tipo había tronado en un accidente. No se sabía si no llegó a ver el cambio de luz del semáforo, o sí lo vio. En fin, era lo mejor que le podía pasar.Les cuento la historia. La vieja conoció al tipo cuando era un pichoncito de 19 años. Un pibe que se asomaba a la vida con ansias de amar, componer poemas y cumplir con ideales, que conoció por pura casualidad, a una piba de 16 en un tranvía (en esa época todavía circulaban por Buenos Aires). Tanto le gusto que la buscó por varios meses, desesperado y sin encontrarla. Ustedes, chicas, saben que en las estrellas está escrito el destino de todos los hombres y de todas nosotras. ¡La volvió a ver en una fiesta familiar! ¿Adivinan cómo se encontraron? ¡En un espejo! ¡Sí chicas, es la pura verdad! Embobados se descubrieron reflejados en él. ¿Se imaginan el espejo guardando para siempre la imagen de los ojos de él besando a los celestes de ella? ¿Conocen algo más romántico? Ella, él, un espejo, la música... faltaban las velas...¡Me emociono tanto al contarlo que si pudiese lloraría!Ese encuentro marcó, para él, un cambio eterno ¡Digo bien: eterno... y no exagero! Una mirada bastó para encender un amor que ni el tiempo, ni la distancia, ni la vida misma pudieron apagar. Los ojos de ella, celestes y de un brillo sin igual, su risa cantarina; su ternura... eran todo para él. No existía palabra más sublime que el nombre de ella. Un nombre que contenía todos los sinónimos que adjetivaban lo bello y lo bueno del cielo y de la tierra; la música celestial; las rimas consonantes; el despertar de los pimpollos de rosa; el susurro de la brisa jugando con las hojas...Decía la vieja que solamente de él podía hablarme sin que los tantos años pasados deformasen sus recuerdos. No dudaba que él estaba perdidamente enamorado. Puede ser que ella también lo estuviese de él... o simplemente fuese una adolescente enamorada del amor.Les gustaba mucho caminar. Buenos Aires, la ciudad palpitante de vida con sus calles, sus plazas, su río... toda ella, gozaba escuchando la alegría de sus risas y viendo las tiernas miradas que delataban su mutuo amor. Su paseo favorito era tomar la avenida San Martín hasta Juan B. Justo; luego Warnes y ellos —la vida que florece soñando despiertos—, de un lado de la calle. Enfrente el paredón del cementerio —la muerte que muere en un dormir sin sueños—, hasta Federico Lacroze; después Cabildo; doblar a la izquierda por Juramento y finalmente llegar a la Costanera celebrando con besos las caricias de su Sol.Pero, chicas, después de tres años de noviazgo, un triste anochecer, ella le dijo: “Lo nuestro terminó”. ¿Qué sucedió? Recuerdo que escuché una poesía: “Dios mueve al jugador y éste la pieza, ¿qué dios, detrás de Dios, la trama empieza...?”. Sí, alguien, o mejor dicho algunos, desplegaron la trama y él movió mal las piezas y perdió su princesa y se quedó sin reina y perdió la partida y condenó su vida.Relataba Clotilde (¡Recordé el nombre de la vieja de cara de porcelana!...mi compañera en esa sucursal de Buenos Aires ¡Por favor, ese no es un nombre sexi para nosotras!) que por varias semanas lo veía llegar, temprano de mañana, y pararse en la ochava con los ojos clavados en el balcón de ella, su amor y dolor eternos, esperando sin esperanzas, que lo viese y se acercase a él. Recordaba, mientras la esperaba, esas mañanas frías de invierno, cuando la buscaba para acompañarla hasta la Escuela Normal. Ella salía a su encuentro con el cabello revuelto por el viento, la sonrisa en la cara fría y en los labios la tibieza de su amor. Una hora más tarde se retiraba usando anteojos oscuros para disimular su llanto. Era el ciego inconsolable de Carriego. Nunca más la volvió a ver, ni tampoco supo nada de ella.Un solo anochecer fue suficiente para que un joven se transformase en un adulto. Buenos Aires, que había sido ella, él, su amor, el amor de los dos, era ahora un vacío de ausencia que él nunca más caminó. Sólo se movilizaba, cuando su trabajo lo exigía, en subterráneo: no toleraba el gris de sol.Les decía que un único anochecer fue suficiente para que un joven se hiciese adulto. El cigarrillo y el whisky, que intentaron sepultar el remordimiento y la congoja de las tardes de domingo, lo volvieron viejo antes de tiempo.Dicen que la mañana del accidente fatal, mientras esperaba el cambio del semáforo, se lo escucho murmurar: las calles sin vos...¡Y ésta no me la van a creer! ¡Les juro que es la verdad! ¡Recuerden que nosotras vemos cosas que otros no pueden! El lunes de la semana pasada, antes de viajar para acá, vi la sombra de un jovencito apoyada en la vidriera de la ochava, que pasó toda una mañana mirando hacía ese balcón.Chicas, ustedes saben que soy muy supersticiosa. Creo que hay cosas que llaman a la mala suerte. ¿No pudo ser que ese espejo, el que debía guardar para siempre la imagen del encuentro de los ojos de ambos, se rompió?¡Basta de pálidas! ¿Tienen idea de lo que fue para mí, una maniquí realista fabricada por un artesano florentino, soportar a Clotilde, una con cuerpo de tela, de esas que usan las modistas, y una cara de porcelana ajada? ¡Ah, ni les cuento del vidrierista! ¡Me toqueteaba mucho cuando me vestía! ¡Era todo un tipazo!

1 comentario:

  1. que terrible historia.. yo estoy viviendo hace muy poco en un apartamento en buenos aires todavia no tuve mis experiencias espero tenerlas pronto y conocer a mucha gente

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